BODAS DE RUBÍ EDUARDO MIRANDA & ANTONIETA DI GIAMBATTISTA

SAN JOSÉ COSTA RICA.- En una casa sencilla de Cinco Esquinas de Tibás, San José, nació Eduardo Miranda Álvarez el jueves 24 de abril de 1947. Sus primeros pasos fueron sobre pisos de tierra apisonada, bajo el techo humilde de un hogar honesto. Sus padres, don Eduardo y doña Betty, le enseñaron lo que no se aprende en libros: el valor del trabajo, la palabra empeñada, y la dignidad de servir.
Desde niño, Eduardo se convirtió en un pequeño emprendedor. Entre ferias campesinas y bulliciosas esquinas, ofrecía su fuerza a quien necesitara ayuda: cargaba sacos, empujaba carretillas, cruzaba calles con cestas de mercado. Mientras otros jugaban, él ya comprendía el precio del pan diario. Pero no por eso abandonó la escuela: por las tardes, con los zapatos gastados y los cuadernos bajo el brazo, asistía a clases y soñaba en silencio con una vida mejor.

UNA ROSA ENTRE RUINAS
Muy lejos, en las colinas italianas de Delle Camere, entre las cicatrices que dejó la Segunda Guerra Mundial, crecía Antonieta Di Giambattista. Su infancia fue otra: tejida con silencios, libros antiguos, el aroma del pan horneado por su madre Elvira, y el eco de las cartas que llegaban desde Costa Rica. Su padre, Pietro, había emigrado años antes, buscando un porvenir al otro lado del mar. Antonieta fue educada con la delicadeza europea: música de piano, bordado fino, lecturas clásicas, y una firme idea de lo que es el deber, la fe y la compostura.
Cuando Pietro consideró que el suelo costarricense ya podía sostener a los suyos, llamó a su familia. Antonieta, aún adolescente, embarcó hacia un destino que no había elegido, pero que el corazón ya empezaba a aceptar.

EN ESTE PUEBLITO, SAN PÍO DELLE CAMERE, NACIÓ ANTONIETA EN 1947.

CAMINOS QUE SE ENLAZAN
La llegada de Antonieta a San José fue como abrir un libro nuevo. El idioma, los aromas, las calles empinadas y la calidez tropical eran un universo distinto. Aun así, conservaba la gracia de una flor que no se doblega ante el viento.
Fue en uno de esos días comunes —entre verdulerías, calles polvorien

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