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La Casa del Acantilado En un pequeño pueblo costero de Galicia, donde la niebla se aferra a las rocas como si escondiera secretos, se alzaba una casa abandonada sobre un acantilado. Nadie se atrevía a acercarse, excepto Clara, una joven periodista que buscaba historias para su blog de misterio. La leyenda decía que la casa pertenecía a la familia Montenegro, desaparecida sin dejar rastro una noche de tormenta hace más de 50 años. Desde entonces, los pescadores juraban escuchar gritos ahogados y ver luces encenderse en las ventanas, aunque nadie vivía allí. Clara llegó una tarde gris, con su grabadora y linterna. Al cruzar el umbral, la puerta se cerró sola. El aire era espeso, como si la casa respirara. Subió las escaleras, crujientes como huesos rotos, y encontró un espejo cubierto por una sábana. Al destaparlo, su reflejo no estaba solo: detrás de ella, una figura vestida de luto la observaba. Corrió, pero cada puerta que intentaba abrir la llevaba a la misma habitación: la del espejo. La figura comenzó a hablar en susurros, repitiendo una frase: “Tú también eres Montenegro.” Clara descubrió un diario escondido bajo el suelo. En él, la última entrada decía: “La sangre llama a la sangre. El regreso está cerca.” Al leerla, sintió un escalofrío. Su apellido materno… era Montenegro. La casa no la dejó salir. Desde entonces, los pescadores dicen que ahora hay dos sombras en la ventana. Y a veces, se escucha una voz joven que grita: “¡No soy uno de ellos!”
La Casa del Acantilado En un pequeño pueblo costero de Galicia, donde la niebla se aferra a las rocas como si escondiera secretos, se alzaba una casa abandonada sobre un acantilado. Nadie se atrevía a acercarse, excepto Clara, una joven periodista que buscaba historias para su blog de misterio. La leyenda decía que la casa pertenecía a la familia Montenegro, desaparecida sin dejar rastro una noche de tormenta hace más de 50 años. Desde entonces, los pescadores juraban escuchar gritos ahogados y ver luces encenderse en las ventanas, aunque nadie vivía allí. Clara llegó una tarde gris, con su grabadora y linterna. Al cruzar el umbral, la puerta se cerró sola. El aire era espeso, como si la casa respirara. Subió las escaleras, crujientes como huesos rotos, y encontró un espejo cubierto por una sábana. Al destaparlo, su reflejo no estaba solo: detrás de ella, una figura vestida de luto la observaba. Corrió, pero cada puerta que intentaba abrir la llevaba a la misma habitación: la del espejo. La figura comenzó a hablar en susurros, repitiendo una frase: “Tú también eres Montenegro.” Clara descubrió un diario escondido bajo el suelo. En él, la última entrada decía: “La sangre llama a la sangre. El regreso está cerca.” Al leerla, sintió un escalofrío. Su apellido materno… era Montenegro. La casa no la dejó salir. Desde entonces, los pescadores dicen que ahora hay dos sombras en la ventana. Y a veces, se escucha una voz joven que grita: “¡No soy uno de ellos!”
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